Gabriel MORICE, OMI

Henri Ghéon escribió una obra de teatro titulada “La farce du pendu dépendu” (La farsa del ahorcado descolgado). Leyendo una aventura del padre Gabriel Morice, o.m.i., me acordé de este melodrama que tiene una cierta semejanza con el cuento siguiente.

El padre Morice es reconocido por su “Histoire de l’Église catholique” (Historia de la Iglesia católica) en el Oeste Canadiense y por sus trabajos científicos en antropología y etnográfica. Sin embargo, fue ante todo un misionero remarcable durante más de veinte años. Nacido en Francia, en 1859, llega a la Colombia Británica, en 1880. Dos años después, es ordenado sacerdote por Mons. Louis D’Herbomez. Ejerce entonces su ministerio entre los Chilcotines, los Sekenais y los Babines. Inventa una cartilla dene, compuesta en su idioma de tratados gramaticales y de obras de piedad.

Bodas regularizadas
En 1888, es enviado entre una tribu dene, conocida bajo el nombre de Babines. Estos amerindios, ya evangelizados por los oblatos, habían quedado sin sacerdote desde hace tres o cuatro años. Un gran número de entre ellos había vuelto a sus costumbres paganas: la poligamia y el concubinato. Un día que le llaman cerca de un jefe en peligro de muerte, el padre aprovecha para renovar la memoria de estos católicos infieles. “A vosotros no os está permitido cohabitar con una mujer fuera de los vínculos matrimoniales”. Después de algunas instrucciones contundentes acerca de este tema, varias uniones ilegítimas fueron disueltas o legalizadas. Sólo una pareja persistió en el concubinato y siguió exhibiéndose a la vista y a sabiendas de todos. Era sorda a las amonestaciones del sacerdote y a las exhortaciones de los católicos del lugar. Sin embargo, a fuerza de oraciones y de conversaciones repetidas, el padre Morice termina convenciendo al marido de que dejara a un lado a su compañera que, ya que no había sido bautizada, no quería oír hablar de divorcio forzado. ¡Promete vengarse!

Una noche animada
En la noche que sigue a esta separación, un tumulto indeible despierta de repente al misionero. En la orilla, muy cerca, una banda de partidarios de la mujer abandonada por su amante avanza hacia la misión profiriendo gritos, clamores y amenazas. La mendicante, parece, había cogido una cuerda y ¡había ido a ahorcarse! El código amerindio estipulaba que la persona, causa de semejante muerte, ¡tenía que pagar con su vida el acto desconsiderado de la víctima!

Afortunadamente, los amigos del oblato, puestos al corriente de estos proyectos inquietantes, habían decidido defender a su pastor. ¿Quién ganaría? ¿Los amigos del misionero o el parentesco de “la ahorcada”?

Bien está lo que bien acaba
Una escapada se compromete a los gritos de “¡muerte al vestido negro!”. Unos golpes de fuego revientan en la noche, pero nadie es alcanzado. Los parroquianos fieles terminan ganando y vuelve la calma. Pero al día siguiente por la mañana, ¡gran sorpresa entre los dos clanes! Se encuentra, bien viva, resguardada en una cabaña lejana, ¡la ex concubina! Había simplemente fingido atentar contra su vida para vengarse del sacerdote que la había arrastrado, a su pesar, de los brazos de su amante. A esta noticia, todo el mundo se siente aliviado y se glosa mucho tiempo sobre esta farsa de “¡la ahorcada descolgada!”.

Añadamos, para completar esta historia verdadera, que la desgraciada “ahorcada” volvió, con el tiempo, a mejores sentimientos. Se convirtió y fue bautizada en la Iglesia católica. En cuanto al padre Morice, pasó los últimos treinta y dos años de su vida en San Bonifacio y en Winnipeg. Tuvo más oportunidades para sus trabajos de historia. Esto le permitió también convertirse en el primer redactor del periódico Le Patriote de l’Ouest (El Patriota del Oeste). Se murió el 21 de abril de 1938.

André DORVAL, OMI