Arthur GUERTIN

Entre los cientos de oblatos que se han consagrado curas o vicarios de parroquias en Québec, muchos merecerían ver su nombre escrito en la primera página de un glorioso palmarés. Entre estos destacan los padres François Perdereau, Honorius Chabot, Gédéas Bertrand, Isidore Leclerc, Simon Chênevert, Raoul Bergeron y ¡muchos más! El padre Arthur Guertin es uno de estos. Ha dejado un recuerdo inolvidable entre sus parroquianos de Hull y en toda la región de Ottawa.

Predicador-cura (1892-1916)
Nacido en San Juan Bautista de Rouville, en 1868, Arthur Guertin entra en el noviciado de los oblatos a los diecisiete años. Así sigue el ejemplo de su hermano Frédéric. Ordenado sacerdote en 1892, el padre Guertin se distingue antes en los retiros parroquiales, durante dieciocho años. Es de cierto uno de los predicadores más apreciados de su época. Sus palabras cálidas, vivas y potentes, impresionan la imaginación y tocan los corazones endurecidos. Sin embargo, sigue prefiriendo a la juventud. La influencia que ejerce entre los estudiantes de los colegios es considerable. ¡Sacerdotes y religiosas le deben su vocación! El cardenal J. M. R. Villeneuve y Mgr Joseph Guy, o.m.i., están entre estos.

En 1910, el padre Guertin es nombrado cura de la hermosa y gran parroquia Nuestra Señora de Hull. Durante seis años, consagra todos sus talentos al bien espiritual y material de esta población por la mayoría obrera. La gente acude de toda la ciudad para escuchar sus sermones desbordantes de relieve imprevisto. El padre difunde la devoción al Sagrado Corazón e introduce la comunión frecuente. Funda el boletín pastoral, organiza una Caja Popular, crea becas en favor de los alumnos pobres, se hace instigador de los sindicatos católicos.

Profesor en la Universidad de Ottawa (1916-1932)
Los últimos dieciséis años de su vida son consagrados a la enseñanza de la literatura y de la historia de Canadá en la universidad de Ottawa. Su bondad y su gran cordialidad le han hecho popular e influyen en este ambiente. Sabe mantener la atención de todos por su exposición clara y sus vivas réplicas que suscitan la risa de los alumnos. Un día, reprende a un gran larguirucho que parece aburrirse en el fondo del aula: “¡Eh! Tú, allí, tienes aires de un emigrado que ha perdido su maleta… ¿Por qué estás como un palo? El padre Guertin es el amigo de todos. La gente no vacila en llamar a su puerta para una consulta o una confesión. Algunos estudiantes acaso abusan de la confianza que les otorga. Recordemos, por cierto, la anécdota siguiente.

¡Un abundante festín para un invitado especial!
Desde hace unos años, el padre Guertin guardaba una decena de gallinas y un gallo majestuoso en un encierro, en la calle Wilbrod, muy cerca de la universidad. Todos los días, este orgulloso chantecler hacía oír su quiquiriquí de la mañana que, fatalmente, perturbaba el sueño de los estudiantes. A punto de perder la paciencia, tres jóvenes bribones, un buen día, deciden hacer desaparecer el aburrido despertador. Encuentran también la manera para prepararlo justo a la perfección para una comida suculenta. Su caradura llega hasta el punto de invitar amistosamente al propietario del volátil a venir a catar con ellos un famoso ¡”gallo al vino”! El oblato entonces llega y, con toda confianza, devora con fuerza, en compañía de los tres pícaros, el fruto de su atraco.

Los días siguientes, sin embargo, cuando se da cuenta de la desaparición de su hermoso gallo gordo, el padre empieza a levantar sospechas. Entonces llama a su despacho a sus huéspedes sospechosos… ¡Callaros! ¡Y no abráis boca! Ninguno de ellos, nunca, ¡había conocido esta ratería! El misterio dura así largos años. Sólo en su lecho de muerte el padre Guertin termina aclarándolo. Uno de los tres ladrones va a visitarle al hospital. Después de los saludos de cortesía y de algunas reflexiones sobre su próximo fin, el padre se para de repente y, mirando fijamente a los ojos a su visita, le pregunta a quemarropa: “Hoy, amigo, puedes decírmelo… ¿sois tu y los demás los que habéis tomado mi gallo?”. El culpable no puede contener las lágrimas. Baja la cabeza sin decir una palabra. El padre Guertin entiende.

André DORVAL, OMI