P. Paolo Archiati OMI
Vicario general

El tiempo litúrgico de Adviento trae  a nuestra mente lo que el papa san Juan Pablo II dijo en la canonización de nuestro Fundador. Aquí están sus palabras, pronunciadas en esa celebración inolvidable:

 “El Beato Eugenio de Mazenod al que la Iglesia hoy proclama santo, fue un hombre del Adviento, un hombre de la venida. No solo dirigió su mirada hacia esa venida, sino que también dedicó toda su vida a prepararla. Eugenio de Mazenod fue uno de los apóstoles que prepararon los tiempos modernos, nuestros tiempos…..”.

Estas palabras, por las que nos sentimos orgullosos de ser oblatos, nos presentan un hombre que dedicó su vida a preparar, en la historia, la venida del final de los tiempos, la que concluirá la historia humana. La esperó y la preparó en el ejercicio heroico de las virtudes, involucrando en esta aventura humano-divina a la familia religiosa por él fundada.  Fue un precursor capaz de ver y leer los signos de los tiempos nuevos y de trabajar para preparar la venida del Salvador que nos introducirá en el Reino de los cielos y a cuya obra quiere asociar a “sus” oblatos.

El vínculo entre san Eugenio, los oblatos y el tiempo litúrgico de Adviento, no se detiene aquí. También el papa Francisco, en el encuentro con los capitulares el 7 de octubre de 2016 en la sala clementina, ha recogido lo que había dicho años antes su predecesor, invitándoles a ser, también ellos, “hombres del Adviento”. Es una invitación que el papa Francisco ha dirigido no solo a los miembros del 36º capítulo general, sino, a través de ellos, a toda la Congregación, a cada oblato.

Después de haber dicho que san Eugenio ha sido “dócil al Espíritu Santo para leer los signos de los tiempos y secundar la obra de Dios en la historia de la Iglesia”, el papa nos dirige esta invitación: “Sean también ustedes “hombres del Adviento”, capaces de acoger los signos de los tiempos nuevos y guiar a los hermanos en los caminos que Dios abre en la Iglesia y en el mundo”.  Una invitación comprometida, sobre todo si consideramos lo que ha dicho inmediatamente después: “La Iglesia está viviendo, junto al mundo entero, una época de grandes transformaciones en los campos más diversos. Necesita hombres que lleven en el corazón el mismo amor por Jesucristo que había en el corazón del joven Eugenio de Mazenod, y el mismo amor sin condiciones por la Iglesia, que se esfuerza por ser cada vez más una casa abierta. ¡Es importante trabajar por una Iglesia que sea para todos, una Iglesia preparada para acoger y acompañar! El trabajo que hay que hacer para realizar todo esto es grande y también vosotros tenéis vuestra contribución específica que ofrecer.”.

Con estas palabras la Iglesia, en la persona del sucesor de Pedro, nos confía nuevamente la misión a la que san Eugenio se ha sentido llamado cuando ha reunido a su alrededor a sus primeros compañeros para responder al grito de la Iglesia abandonada de su tiempo. Esta Iglesia necesita, quizás hoy más que nunca, “hombres que lleven en el corazón el mismo amor por Jesucristo que había en el corazón del joven Eugenio”.

El Salvador viene al mundo. Viene como Redentor, a salvar al que estaba perdido, a buscar a la oveja extraviada, a congregar en la unidad a los hijos de Dios dispersos. Eugenio nos ha querido “colaboradores” del Redentor en esta misma obra de salvación. Siendo bien conscientes de lo comprometido que es el trabajo a realizar en esta obra, el papa Francisco nos dice que también nosotros tenemos nuestra contribución que ofrecer. Y ahora nosotros oblatos somos llamados a buscar juntos y a discernir cuál es esa contribución que la Iglesia nos pide ofrecer.

El primer domingo de Adviento de 1995 ha sido canonizado nuestro fundador; el tercer domingo de este mismo tiempo litúrgico han sido beatificados, en el año 2011, los mártires de España y en diciembre del año pasado, también en el tercer domingo de Adviento, los mártires de Laos. Diremos que verdaderamente el Adviento es “nuestro” tiempo litúrgico preferido, porque nos recuerda que a través de nuestra misión, somos llamados a preparar la venida del Redentor en el corazón de cuantos lo esperan, incluso sin saberlo.

Leyendo y meditando el documento de nuestro último Capítulo general tal vez nos hayamos asustado al ver cuánto trabajo tenemos que hacer, cuántas cosas que realizar, cuantas tareas que desarrollar… Nos iluminan las palabras pronunciadas por Juan Pablo II cuando dice de san Eugenio que “su espera alcanza la intensidad del heroísmo, fue caracterizada de un grado heroico de fe, de esperanza y de caridad apostólica”. Estas palabras, lejos de inducirnos al desánimo, son un estímulo para un compromiso renovado.

También Eugenio se encontraba ante una tarea inmensa: “Que inmenso campo se les abre”, había escrito en el Prefacio a la primera Regla. Pero sin dejarse desanimar por la inmensidad del trabajo a realizar, se preguntó cómo responder a esa situación concreta, se arremangó y se puso a trabajar. Entrados ya con entusiasmo en el tercer siglo de nuestra historia, podemos también nosotros hoy imitar su amor por Jesucristo, su celo apostólico, su amor por los pobres y los más abandonados, su pasión incondicional por la Iglesia.